Oscuridad. A mi derecha y
a mi izquierda, delante y detrás de mí. No veo nada. Hace mucho que
camino por ella, y ya estoy habituado a ese modo de vida. Nunca sé
cuando amanece ni cuando es de noche, pues yo sólo veo negrura, así
que para mí el día comienza cuando me despierto y acaba cuando me
acuesto. Empiezo a andar. Paseo por las tinieblas en que vivo
inmerso, con soltura y tranquilidad, pues sé que no hay obstáculos
con los que tropezar.
Ha pasado más de un año
desde que me dejé llevar por la luz. La contemplé e intenté llegar
hasta ella. Corrí como nunca he corrido, e hice lo imposible para
alcanzarla, pero me tuve que conformar con observarla. Me dolía
tanto verla y no poderla tocar que finalmente di la vuelta y me
escondí entre las penumbras, hasta que desapareció hasta el último
resquicio de fulgor. Desde entonces me dediqué a esquivar la luz.
Estaba tan agotado por la gran carrera que había disputado en pos de
ella que no tenía ganas de volver a empezar. Alguna vez vi rastros
de esplendor, pero me ocultaba para que no me volviera a atrapar.
Había otras veces que quería dejarme poseer por ella, pero no la
veía, y la simulaba o la buscaba con fervor. Sin embargo, en el
fondo de mi ser, la temía. Temía volver a correr para no llegar a
la meta, temía pasarme las horas otra vez enfrascado en un mismo
pensamiento, temía perder el control.
No sé desde cuando vivo
aquí, inmerso en la tenebrosidad, pero no se está tan mal. Puedo
hacer vida normal aún con esta carencia. Al fin y al cabo, me siento
arropado, protegido. Nada me perturba ni me causa dolor. En la
oscuridad no hay obstáculos, es en la luz donde aún viendo puedes
tropezar, así que no me disgusta mi situación. Pero, ¿qué es eso
que veo? Delante de mí, el negro empieza a clarear, a tomar forma, y
veo una chispa azul. ¡Es la luz, me ha encontrado! Está detrás de
mí, y lo que veo delante es el reflejo. No tengo ganas de volver a
caer, así que aprieto a correr. Mientras avanzo por el mundo
descolorido voy girando súbitamente y cambiando de velocidad para
despistar, pero los colores avanzan a saltos y cada vez son más, ya
casi me rodean. En esa explosión cromática corro esquivando motas y
centellas. Me veo obligado a saltar para esquivar una lumínica mano
verde que intenta agarrarme la pierna, ahora me agacho para eludir
una rama roja. Los colores me atacan y yo he de sortearlos mientras
troto. Tras mucho correr, veo un brillo al fondo y doy por sentado
que la luz me ha rodeado para atacarme por delante, así que me
giro... y cierro los ojos, cegado por el estallido de luminiscencia
que penetra en mis pupilas e invade todo mi cuerpo por dentro. Me ha
engañado, y me ha hecho volverme hacia ella, dominándome por
completo.
Y así es como mis ojos
han vuelto a brillar. Así es como me he vuelto a enamorar.